domingo, 2 de marzo de 2014

Artes Plásticas.

En pintura y escultura, el gusto nórdico predominó frente al italiano hasta comienzos del siglo XVI en la mayor parte de Europa Occidental, lo que explica el éxito de artistas como los Colonia, los Egas, Gil de Siloé, Felipe Bigarny, Rodrigo Alemán o Michel Sittow (proveniente de un lugar tan lejano como el Báltico Hanseático); aunque el influjo de Italia también se dejó sentir, como demuestra el periplo europeo de escultores italianos como Domenico Fancelli y Pietro Torrigiano y los aprendizajes en Italia de pintores franceses y españoles como Jean Fouquet, Pedro Berruguete o Yáñez de la Almedina. Pero ni siquiera en esas primeras décadas del siglo XVI puede decirse que se produjera una identificación del italianismo renacentista a comprar o imitar con el canon florentino-romano (que es el que terminó fijando en el gusto clasicista perpetuado en los siglos posteriores). Incluso en la propia Italia de finales del XV había posiblemente mayor interés por la pintura flamenca que el que pudiera haber por la pintura italiana en Flandes, como demuestra el impacto del Tríptico Portinari (1476), que no tuvo equivalente en obras italianas exportadas a los Países Bajos. En cuanto al gusto privado de un monarca de la segunda mitad del XVI, calificado de Príncipe del Renacimiento, como Felipe II de España, las fantasías oníricas y moralistas de El Bosco o las obras de pintores tan arcaizantes como Marinus y Pieter Coecke aventajaban a los maestros italianos o a otros más innovadores, como El Greco. No obstante, la generación de los monarcas de la primera mitad del siglo se había dejado seducir por los genios italianos


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